Hace algunos días leía una noticia en la que mencionaban numerosos casos de personas que en la idea evitar infectarse del Covid-19, han ingerido desinfectantes diversos, afectando severamente su salud.
Y mientras consideraba en lo que orilló a esas personas a actuar de esa manera me hizo pensar en cuanto es su miedo y su desesperación por preservar su vida.
Esto me hizo reflexionar en tres puntos que quisiera compartir:
1. En la gran bendición que tenemos los que hemos puesto nuestra fe en Cristo, porque no tenemos miedo a la muerte, porque estamos confiados en la promesa de la vida eterna. Si bien pudiéramos sentir temor respecto a las circunstancias que rodearán nuestra muerte sabemos que sólo es el último paso hacia la presencia de nuestro Señor, porque estamos seguros de que lo que Él ha prometido lo cumplirá. Y aún más deseamos ese momento cuando podamos estar con nuestro Señor.
2. En la importancia de seguir compartiendo el Evangelio, porque siguen muriendo personas sin reconocer a Jesucristo como su Salvador, y la palabra de Dios dice que su destino es el lago de fuego, tal vez parece muy duro, pero, tenemos que darnos cuenta de la urgencia de compartir a la gente que está a nuestro alrededor; En nuestras manos no está que ellos crean pero si está el compartirles acerca del amor y la justicia de Dios. Aunque tal vez no estás pensando en salir a evangelizar, tenemos contactos no creyentes en el celular ó si tienes Facebook y tenemos familia inconversa a los cuales podemos mandarles mensajes y versículos evangelísticos.
¿Cómo, pues, invocarán a aquel en quien no han creído? ¿Y cómo creerán en aquel de quien no han oído? ¿Y cómo oirán sin haber quien les predique?
3. El profundo amor y agradecimiento a nuestro Dios, porque si no estoy en la misma situación que esas personas es sólo por Él, porque si Él no estuviera en mi vida no tendría quién me sostenga en mi debilidad, no tendría a quien acudir en mis angustias, nadie podría darme la paz que sólo Él me puede dar, no tendría quién me acompañe en todo momento, y sobre todo no tendría la esperanza de estar con Él algún día… Y el temor a la muerte me perseguiría.
Pero yo, oh SEÑOR, en ti confío; digo: Tú eres mi Dios.